Pero, viajemos por el tiempo hasta el año 1981. Un chaval de 12 años, ya seducido tempranamente por la arqueología, estaba a punto de experimentar una especie de rito de paso: acudir al estreno, gracias a mi padre, de una cinta que marcaría, para siempre, la vida de este primate. Salí del cine Urgell y supe que, al igual que existía un antes y después de Charles R. Darwin, a partir de aquel momento existiría un antes y después de Indiana Jones. Por tanto, no es de extrañar que semejante dilatada relación, entre «Indy» y yo, se haya visto por fin traducida en un libro donde explico las grandes diferencias entre la metodología del Dr. Jones –calco de muchos arqueólogos auténticos que excavaron y expoliaron históricos vestigios que reposan en colecciones privadas y museos occidentales– y la de los arqueólogos y arqueólogas actuales. En nuestro caso hoy impera la meticulosidad; el método y el rigor científicos. Más allá del objeto, nos interesa mucho más saber quién lo hizo, cuándo y por qué. Ahora bien, Indiana Jones pertenece a otra época; es incorregible, y en esta quinta entrega, alentado y ayudado por su ahijada, no podía faltar la búsqueda de una antigüedad capaz de competir con el Arca de la Alianza o el Santo Grial: el Dial del Destino. Un dial –el del celuloide– de naturaleza fantástica, inspirado en un vestigio auténtico hallado en el mar Egeo a principios del siglo XX. Buzos griegos, recolectores de esponjas, recuperaron el objeto a unos 45 metros de profundidad cerca de la isla de Anticitera, entre Creta y la Grecia continental. Respecto a la datación, se estima que podría haber sido manufacturado hace unos dos mil años; aunque, al ser de metal, y como producto de la corrosión marina, el estado de la pieza arqueológica es incompleto. Diversos especialistas teorizaron sobre la naturaleza de este artefacto que, con el concurso de investigaciones posteriores, ha derivado hacia su denominación actual: el Mecanismo de Anticitera, y que algunos han considerado como una suerte de computadora analógica con fines astronómicos (simular el movimiento aparente de los planetas conocidos por los antiguos). Pero, sea una cosa u otra, en Indiana Jones y el Dial del Destino la Anticitera y el científico Arquímedes adquieren otra dimensión que, por supuesto, y para no incurrir en espóileres, no desvelaremos. Lo cual es compatible con una pequeña confesión: para disfrute de lectoras y lectores de las revistas históricas y arqueológicas, así como los libros, de Desperta Ferro, el Dial del Destino depara una gran sorpresa hacia los compases finales del film.
Pero, ¿y nuestro arqueólogo protagonista? Marion Ravenwood, su gran amor, le ha dejado. Envejecido y cansado, vive en la soledad de su desordenado apartamento de Nueva York. Nos hallamos situados en el contexto histórico de 1969. El Apolo XI ha alunizado y la ciudad se prepara para rendir homenaje a los astronautas de la misión. Mientras, la juventud difiere de la propia de los años 50, y que veíamos en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Allí, los manifestantes del campus universitario, en plena Guerra Fría, portaban pancartas temiendo que los rusos lanzasen bombas atómicas sobre Estados Unidos; aquí, chicas y chicos escuchan la música que caracterizó al movimiento hippy de finales de los 60 e inicios de los 70, e intentan divertirse para poner distancia con guerras como la de Vietnam. También dormitan y bostezan en las clases de arqueología del profesor Indiana Jones cuando explica la tipología de una cerámica arqueológica. Están más interesados en otras cosas; en el mundo presente y no en el del pasado. A excepción de la mencionada ahijada del Dr. Jones: Helena Shaw. La huérfana de un arqueólogo inglés compañero de Indy en algunas de sus operaciones secretas –como agente de la OSS– durante la Segunda Guerra Mundial. El bueno de Basil Shaw –interpretado por un espléndido Toby Jones– murió atrapado en la peligrosa influencia de lo que, en el libro Un arqueólogo en busca del Dr. Jones, precisamente describo como el síndrome Gollum entre arqueólogos: «mi tesoro». La posesión y estudio del Dial del Destino provocaron que el profesor Shaw se obsesionase y enloqueciese. Algo que ha sucedido a lo largo de la historia real de la arqueología.
¿Y el protagonismo de la mujer en el mundo de la arqueología? Retomemos la película En busca del arca perdida; los conocimientos de Marion Ravenwood respondían a una formación autodidacta al haber vivido rodeada de académicos en la Universidad de Chicago; desde su padre hasta el propio «Indy», discípulo del primero. Y Elsa Schneider, en Indiana Jones y la última cruzada, era historiadora del arte. En cambio, Helena Shaw es arqueóloga de carrera; una mujer inteligente, sorprendente y admirable. Científica aventurera e independiente que no se limita a perseguir los pasos del Dr. Jones, sino que marca su propio ritmo y sus propias deducciones. Personalmente, el papel de la británica Phoebe Waller-Bridge me ha enamorado. Tanto puede aparecer vestida con su boina informal estilo literario de Bloomsbury –con un aire de Virginia Woolf–, como buceando, o luciendo espléndidas combinaciones de ropa de safari que recuerdan a otras grandes mujeres y aventureras: Meryl Streep –Karen Blixen en Memorias de África– o Kristin Scott Thomas interpretando a Katharine Clifton en El paciente inglés.
Harrison Ford nos prometió que la quinta entrega cinematográfica clausuraba la saga de Indiana Jones, por lo que una mezcla de alegría y tristeza precedieron mi visionado de la cinta. Hoy, mientras escribo estas líneas –y a pesar de las numerosas críticas negativas que ha merecido el film por parte de críticos, colegas y amigos– solo puedo decir que, esta noche, de nuevo, acudiré al cine; esta vez ya en Barcelona, y junto a mi hijo. Tal como detallo en el Post Scriptum de Un arqueólogo nómada en busca del Dr. Jones, la arqueología y el conocimiento tienen herederos… y la memoria de Indiana Jones también. En un momento de la película dice «No creo en la magia, pero a lo largo de mi vida… he visto cosas que no puedo explicar. Y mi conclusión es que no importa tanto lo qué creas… sino la intensidad con que lo hagas». Como científico tampoco creo en la magia desde un punto de vista estrictamente empírico; sí creo en ella como acepción de atracción, deseo e ilusión hacia un sueño de infancia mantenido intacto a lo largo de la adolescencia y madurez. Por tanto, dada la intensidad con la que he creído en Indiana Jones, seguiré a su lado en mil y una aventuras; a la vez que continuaré haciendo realidad mi particular viaje en pos de la ciencia, en general, y de la arqueología, en particular. Y, visto lo visto en el quinto capítulo, Indiana Jones y este arqueólogo nómada seguiremos…
¡Qué interesante, gracias!